Os dejamos a continuación la homilía del Padre Luis Sánchez para que podáis leerla con calma, meditarla y sobre todo, rezarla.
Mater Salvatoris, 18 de febrero de 2011
[Sab 3,1-6; Sal 22; Flp 3,8-11.13-14; Mt 13,44-46]
1. Hace pocos días, Sole nos ha dejado. Finalmente la enfermedad ha minado del todo su salud, y con alegría ha entregado su alma al Señor. Y hoy nos reunimos en esta iglesia, tan entrañable para Sole, en asamblea santa, para encomendar su alma al Padre Dios: para orar por ella y por su familia.
2. “Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí”, hemos escuchado en la lectura del libro de la Sabiduría. Estas palabras, que se han verificado en tantos cristianos a lo largo de la historia, han brillado también en la vida de Sole. Verdaderamente, por gracia de Dios, Sole ha sido hallada digna de Él, de ese amor de Padre que experimentó de manera sencilla e intensa. Durante toda su vida, y en particular durante los largos años –¡cinco años!– de su enfermedad, el Señor ha sido su pastor, y ella se ha dejado guiar por él, sin temer las cañadas oscuras, porque el Señor iba con ella. Hoy por tanto, mientras oramos por su eterno descanso, nos presentamos ante el Señor para darle gracias por lo que ha querido hacer en esta humilde sierva suya.
3. Sole era una mujer normal, tremendamente normal, llamativamente normal. Una mujer llena de vida, enamorada de su familia, de su marido, de sus hijos. Una mujer entusiasmada con su trabajo, verdadera profesional de la enseñanza y la investigación. Una mujer que amaba la vida, que disfrutaba de cada día como un regalo de Dios. Uno de esos días, sin embargo, la enfermedad llamó a su puerta. Lo hizo sin avisar, de improviso, trayendo consigo un sufrimiento repentino e intenso, para ella y para todos los que la amabais. Ella reaccionó con fortaleza, esa fortaleza que viene de la fe y que se tradujo en paciencia y resignación; como tantos otros cristianos de ayer y de hoy Sole, sostenida por la gracia, recibió esa virtud de la perseverancia ante la adversidad. De modo que siguió viviendo su vocación cristiana de esposa y de madre con toda la entrega e intensidad que le permitían sus minadas fuerzas.
4. Hay sin embargo algo que nos ha sorprendido a todos – y a Sole en primer lugar. Porque a esa paciencia se ha unido, en un desconcertante crescendo, una alegría hasta entonces desconocida. Por gracia de Dios, y a pesar del sufrimiento que experimentó –un sufrimiento real, intenso y duradero–, ella recibió el don de la alegría interior. Más aún: experimentó el gozo en el sufrimiento. Una alegría que la llevaba a desdramatizar su enfermedad, viéndola –paradoja– como una gracia que su Dios le concedía. Una alegría que a su vez irradiaba, y que la impulsó decididamente al apostolado, con un deseo también creciente de compartir lo que ella estaba recibiendo.
5. ¿Cuál era el secreto de Sole? Como el hombre de la parábola evangélica que hemos escuchado, Sole encontró en un campo, ese campo árido y pedregoso del cáncer, un tesoro escondido. En su enfermedad Sole descubrió a Jesús, un Jesús que la amaba inmensamente, que había dado su vida por ella en la cruz.
Sole encontró una alegría que la llenaba, que la desbordaba. Y poco a poco su existencia, esa existencia sufriente y normal a la vez, fue transformándose en evangelio. Como el apóstol Pablo, todo lo estimó pérdida, comparado con el conocimiento de Cristo Jesús. Nunca oímos una palabra de amargura, nunca un rastro de autocompasión; más aún, mientras con naturalidad reconocía las molestias de todo tipo y las grandes limitaciones que la enfermedad le imponía, ella comprobaba con sorpresa que su alegría interior era cada vez mayor, más sólida; capaz por tanto de alegrar a quienes la rodeaban y de iluminarlos con la verdadera esperanza.
6. Toda la vida de Sole ha sido una búsqueda de Dios, como el comerciante que recorre los mares en busca de la perla preciosa; los que la habéis conocido desde su juventud sois testigos de ello. Y el Señor le concedió encontrar en su enfermedad la perla valiosísima y única que anhelaba: el evangelio de Jesús, esa buena noticia que consiste en algo inmensamente sencillo: ¡somos hijos de Dios! Ella tenía una certeza granítica: su Padre del cielo lo sabía todo, lo podía todo, y la amaba inmensamente; su alegría y su confianza le venían de la fe en el Padre de Jesús. Apoyada en esta fe corrió sin mirar atrás; y ya ha alcanzado la meta. Sole ha entrado en el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; conociéndola, sabemos que ha entrado en la Trinidad, nuestro verdadero hogar, con un deseo inmenso de ser purificada por ese amor desbordante hasta lo más íntimo de su ser. Ahora la podremos escuchar mejor; podremos pedirle que nos enseñe su secreto. Sus palabras y su recuerdo nos estimulan para seguir a Jesús cada día, sean cuales sean las circunstancias de nuestra vida. Y os estimulan especialmente a los que sobre la tierra habéis sido, y seguís siendo ahora, sus seres más queridos: sus padres, sus hermanos, y especialísimamente Paul, y Sol, y Juan, y Cris.
7. En su familia, y después en la Congregación Mariana que tanto amaba, Sole aprendió el amor a la Madre del Salvador; y vivió su consagración a ella como ese camino seguro que la conducía derecha hacia Jesús. La Virgen María, que la acompañó durante todos sus días, estuvo particularmente cercana a ella en la hora de su muerte, tal como le había rogado en tantas avemarías; esa muerte que encaró con fortaleza y serenidad, confortada por los santos Sacramentos. La Virgen es también hoy para nosotros esa Madre que nos quiere tomar de la mano y llevarnos a Jesús. A su materna intercesión encomendamos a nuestra querida Sole; y le pedimos que, como a ella, también a nosotros nos conduzca hasta Jesús, el tesoro escondido, la verdadera alegría. Amén.