Al fin llegó el día, ya era sábado y había llegado la primera misión del año.
A pesar de que fueran las nueve menos cuarto de la mañana, todas y cada una de las misioneras estábamos felices y despiertas porque era nuestro momento, nuestro reencuentro después de un gran verano lleno de emociones y buenos recuerdos.
Después de ponernos al día las unas con las otras, llegó la hora de ofrecer el día a nuestra Madre, la Virgen, que siempre está ahí para apoyarnos y ayudarnos en TODO AMAR Y SERVIR como buenas misioneras de María. Tocaba ponerse en ruta y subirse a los autobuses para dirigirnos la mitad hacia el Escorial y la otra mitad hacia Toledo porque éramos tantas que no podíamos ir todas a un mismo sitio. ¡Las misioneras somos cada vez más! En mi caso, me tocó ir al Escorial.
En el bus íbamos hablando con las pequeñas que probaban por primera vez Misioneras para ver con qué ganas venían y qué esperaban aprender o conseguir en esa misión.
Muchas nos decían que venían porque alguna mayor se lo había recomendado, otras, porque querían probar algo diferente y otras simplemente les apetecía porque no tenían plan por la tarde.
Al llegar a El Escorial nos separamos por grupos y cada uno nos fuimos a nuestra residencia. Yo fui a la residencia María Leonor que estaba al fondo de una calle sin final que era cuesta arriba. Tras unos largos minutos de desesperación y agotamiento conseguimos llegar a nuestra residencia con una sonrisa de oreja a oreja. Entramos decididas a pasar una buena mañana con los ancianitos que necesitaban un poco de compañía.
Es verdad que las que probaban por primera vez entraron un poco asustadas pero al vernos a las demás yendo cada una hacia un viejecito con esa alegría y esas ganas de escuchar cualquier cosa que quisieran contarnos les sirvió de apoyo y rápidamente se unieron a nosotras. Lo que mas ilusión me hizo fue que esa residencia fue el sitio al que me toco ir en mi primera misión; fue como retroceder un año en el tiempo para volver a sentir la alegría con la que termine aquella primera misión de mi vida.
Primero, me fui a hablar con Juana, una señora que tenía un sentido del humor envidiable. Estaba riéndose constantemente y eso me ayudo porque me contagió su alegría. Después de hablar con ella un rato, conocí a Luisa, una señora que no quería nada más que hablar con alguien que le escuchara y se interesara por ella un rato. Después hicimos estampas de la Virgen para todos, eso les hizo muchísima ilusión. Yo hice la estampa con una señora que se llamaba Ángela y luego se la acerque al comedor junto con otra estampa de «el buen pastor» y de «Nuestra Señora de la concepción».
Nada más dárselas, se echó a llorar y no paraba de decirme que cuanto tenía que pagarme. Yo, un poco sorprendida, le dije que era un regalo y le pregunte que por qué lloraba, la verdad es que su respuesta me impactó y no pude evitar llorar también; me dijo: «Lloro porque no entiendo como la Virgen que es alguien tan especial e importante se ha fijado en mí, una pobre anciana de El Escorial, y me ha aceptado como hija suya aun conociendo todos mis defectos.» La verdad es que me sentí totalmente identificada con las palabras de Ángela, porque la Virgen también se había fijado en mí pero entonces pensé: «si se ha fijado en mí, es porque algo quiere de mí y yo voy a dárselo.»
Nos despedimos de todas las personas y nos fuimos, yo creo, que mil veces más contentas de lo que llegamos por la mañana. Después de una buena mañana de misión, nos juntamos todas las que habíamos ido a El Escorial para comer juntas. Nos sentamos en un gran círculo, bendecimos la mesa y empezamos a comer mientras cada una contaba sus anécdotas de la mañana.
Después de comer, estuvimos un rato de sobremesa y, cómo no, cogimos la guitarra y empezamos a cantar. La canción preferida de todas fue sin duda «Hagamos nuestra la cruz de Cristo«. La cantamos una vez tras otra sin parar. Un rato más tarde llegaba el momento de la reunión de formación misionera que se titulaba: «Bajo la bandera de María». La frase de esa reunión que nos define a las misioneras es: «una misionera es una portadora de Cristo en el corazón».
Al acabar la reunión tuvimos asamblea para dar la opinión de cada grupo sobre la reunión. Más o menos una hora y media antes de volver a Madrid decidimos disfrutar y jugar un rato. Sinceramente, los juegos que hacemos en misiones sirven para perder la vergüenza y pasar un buen rato. Uno de los juegos consistía en tener puestos unos cascos e intentar cantar la canción que estaba sonando mientras tenias una magdalena en la boca. He de decir que lo que hacemos en misiones no lo hacemos en ningún otro sitio, es único.
Había llegado el momento de dejar El Escorial y empezar el viaje de vuelta Madrid. En el trayecto volvimos a hablar con las pequeñas para ver lo que habían sentido y la mayoría decía: «Me ha encantado, vuelvo 100×100″ así que esperamos con ganas la próxima misión para en TODO AMAR Y SERVIR.