Toda la Congre esperaba con emoción la llegada del mes de marzo y, con él, de la Javierada. La peregrinación anual al Castillo de Javier es un momento muy especial para los congregantes y aspirantes por varios motivos: vamos a visitar la casa de nuestro patrono y a ese Cristo sonriente al que él siempre rezaba, es un momento de grandes gracias y una buenísima ocasión para conocernos entre nosotros, todos los que formamos la Congre y queremos hacer nuestro el ideal de “a Jesús por María”.
Además, con motivo de los 75 años de peregrinaciones al Castillo de Javier el Papa ha concedido el Año Jubilar Javeriano, es decir, que peregrinando y con las condiciones habituales, ¡¡podríamos ganar indulgencia plenaria!! Y, por si esto fuera poco, esta sería la primera Javierada que realizaría la Congre en su totalidad, con representantes (muy numerosos) de todos los grupos y edades: niñas del cole, universitarios, profesionales y, por primera vez, ¡¡las familias!!
Quedamos el viernes 6 de marzo a las 15:15 en el colegio, para cargar los autobuses e irnos cuanto antes. De Madrid partimos cuatro autobuses, que distribuimos por edades entre las niñas del cole y los universitarios. Los profesionales y las familias iban por su cuenta, nos reuniríamos con ellos el sábado por la mañana. En el camino de ida fuimos presentándonos, hablando de qué esperábamos de esta Javierada, con qué intenciones íbamos… Y también aprovechamos para tener una pequeña reunión que nos sirvió para empezar a abrir el corazón, dándonos cuenta que “peregrinar es orar con los pies” y por eso nosotros, como peregrinos, íbamos a encontrarnos con Cristo.
El viaje hasta Estella se hizo un poco largo, más aun sabiendo que los peregrinos de Lérida y Barcelona estaban esperándonos y ¡la ilusión que teníamos de volver a verlos! Cenamos y nos fuimos a la cama pronto. Nuestra peregrinación ya había empezado, pero… ¡todavía nos quedaba lo mejor!
El sábado por la mañana, después de recoger ágilmente los sacos y las maletas y cargarlas en el autobús, pusimos rumbo a San Martín de Unx, donde nos esperaban los profesionales y las familias para celebrar Misa. ¡Fue un momento muy emocionante! La Iglesia de San Martín de Unx se nos hacía pequeña para la cantidad de gente que éramos: desde los niños de congre hasta las mamás más veteranas, pasando por las niñas del cole, universitarios y profesionales… ¡éramos más de 300! El Padre Paco en la homilía nos dijo que era el Señor el que iba a salir a nuestro encuentro en el camino, así que tendríamos que estar muy atentos y con el corazón bien abierto para dejarnos hacer y no pasarnos de largo.
Después de Misa y aprovechando que era primer sábado de mes, nos repartieron papelitos para hacerle un obsequio a la Virgen y también apuntar nuestras intenciones, por qué ofrecíamos esta Javierada… La Virgen llevó nuestras peticiones durante toda la peregrinación, ¿quién mejor que Ella para ponerlas a los pies de Jesús?
Antes de empezar a andar y de despedirnos de las familias, a quienes veríamos el domingo porque ellos hacían otro camino, hicimos la primera estación del Via Vitae. En el Via Vitae conocemos la vida de San Francisco Javier y qué podemos aprender de él y, para interiorizarlo, después de cada estación andamos un ratito en silencio, rezando y meditando lo que nos han contado. Porque, y esto lo tenemos muy claro, somos peregrinos y no turistas y un peregrino es un hombre de oración.
Guiaba, como siempre, la Virgen Mater Salvatoris y, detrás de ella, íbamos todos. El camino era nuevo, por montaña pero sin grandes subidas. Como ya nos había dicho el Padre, el Señor fue saliendo a nuestro encuentro en los diferentes momentos del día: en una conversación, en una persona que nos animó cuando estábamos cansados, en el ejemplo de entrega constante de todos los peregrinos… Nos ayudaron mucho las distintas estaciones del Via Vitae y los ratos de silencio, que quisimos cuidar especialmente. Pero, lo mejor, era levantar la mirada en una subida, cuando algo nos costaba especialmente, al experimentar nuestra debilidad y miseria… y ver a la Virgen. Ella nos animaba a seguir hacia delante, a realizar un servicio alegre, a no tener miedo…
Cuando llegamos a Cáseda tuvimos un rato para descansar y ducharnos mientras nos preparaban un caldito para entrar en calor. Después de cenar, fuimos a la Iglesia donde tuvimos una hora santa que dirigió el Padre Paco. Dos de nuestros peregrinos dieron su testimonio. Nos ayudó mucho ver cómo su historia no era tan diferente a la nuestra y aun así, el Señor sale a nuestro encuentro de forma particular, invitándonos a cada uno a tener una relación de amistad con Él.
El domingo nos levantamos pronto, porque teníamos que estar en Sangüesa (a 8 kilómetros de Javier) a las 8 de la mañana y antes debíamos dejar todo recogido, cargar los autobuses y desayunar. Cuando llegamos allí, ya nos estaban esperando las familias, que habían llegado los primeros y eran los encargados de llevar la pancarta de las Javieradas. Estos 8 kilómetros se realizan rezando el Vía Crucis y nos encontramos con todos los peregrinos de otros movimientos, de parroquias…
Una vez en Javier, el Obispo celebró Misa muy emocionado por poder compartir con nosotros ese día un año más. Al terminar, nos dio la bendición que nos enviaba el Papa expresamente a nosotros, peregrinos al Castillo de Javier. Y aquí no acaba todo… Como ya es tradición, después de la Santa Misa, tuvimos entrega de pañoletas. Un momento muy emocionante para todos los Montañeros y más aún para los que recibían pañoleta, en casa de su patrono, San Francisco Javier. ¡Tenemos nueve nuevas pañoletas azules y diez nuevas pañoletas amarillas dentro del grupo de Montañeros! ¡Qué grande es el Señor! Y después, todos nos trasladamos a la basílica donde las Misioneras realizaron una oración y rezaron la oración misionera, oración que rezan antes de cada misión en la que se encomiendan a la Virgen y le piden que las haga como Ella.
Tuvimos tiempo hasta las 12:30 para ir a visitar al Cristo de Javier, sólo por Él, para verle a Él, habíamos peregrinado. Estábamos deseando ver su sonrisa y pedirle que nos enseñase a sonreír en la Cruz, como Él hace. Pedirle que nos mirase y que nos enseñase a mirarnos como Él nos mira… ¡Teníamos tantas cosas que pedirle! Y Él, a su vez, también nos pedía… Esos minutos de conversación con él, cara a cara, ¡fueron lo mejor de la Javierada!
A las 12:30 habíamos quedado para hacernos la foto de grupo delante del Castillo y, muy a nuestro pesar, volver a casa. ¡Qué bien se está en Javier! Y qué difícil es la vuelta… En el autobús pudimos dar testimonio, decir qué era lo que más nos había gustado, dónde o en qué momento había salido el Señor a nuestro encuentro… ¡qué diferencia con el camino de ida en el que nos presentamos! Cómo se notaba que el Señor había actuado en nosotros en esos dos días, a nadie había dejado indiferente… Una vez más, el Señor nos había conquistado poniendo en nosotros grandes deseos de entrega, de servicio, de ganar almas para Él.
Ya hemos vuelto de Javier y estamos otra vez inmersos en la rutina… Pero sabemos que nuestra santidad está aquí, en el día a día, que es en casa, en el colegio, en la universidad… donde tenemos que ser apóstoles y que la Virgen Mater Salvatoris y el Cristo sonriente de Javier cuentan con nosotros para prender fuego al mundo, como hizo San Francisco Javier.