Hoy era uno de esos maravillosos días de campamento en los que te levantas, piensas lo que podrías hacer, y te das cuenta que el abanico es prácticamente ilimitado. Y, sin embargo, lo que acabas haciendo suele ser mejor que todo aquello que habías pensado. Tras levantarnos, acudimos rápidamente a la formación, donde tuvimos el izado de banderas, y nos comunicaron que aquel día tendríamos el descenso del río Deva en canoas. Nos faltó un pelo para romper las filas antes de tiempo y saltar de alegría. Después de ofrecer el día al Señor en la oración matutina, y un vigorizante desayuno, nos montamos en el autobús que nos llevaría al local de la compañía que nos esperaba. Distribuimos los chalecos salvavidas (ante todo, seguridad), y nos movieron al río, donde un monitor especializado nos dio las señas y advertencias correspondientes, amén de enseñar como remar a los novicios.
Casi sin esperar a que terminara el hombre, nos colocamos en las canoas, constituidas por parejas de un pequeño y un mayor para equilibrar fuerzas. Las horas que siguieron fueron espectaculares, pudiendo apreciar la belleza del río y de los alrededores de una forma única en una compañía inmejorable (siempre que uno no contactase mucho con el gélido río). Al final, cansados y más o menos mojados, emprendimos el camino de vuelta con una sonrisa de oreja a oreja. Según llegamos al campamento, comemos en compañía de dos increíbles invitadas que se quedarían con nosotros hasta el día siguiente: la Madre Clara y la nueva presidenta de “congre”, Texu. Tras un rato de descanso y el rosario, tenemos la segunda parte del taller previo al Gran Juego, donde podemos terminar de retocar nuestros escudos y decorarlos a nuestro gusto; pudiendo observar la maestría artística de algunos.
La RxP, la Misa y el arriado precedieron a la cena, donde pudimos reponer fuerzas y prepararnos para el juego. Además, nos indicaron que una de las actividades del campamento, la marcha larga de pernocta, comenzaría al día siguiente, por lo que nos indicaron que debíamos preparar en el macuto. Terminamos este glorioso día con el juego de “Conversión”, donde debíamos huir de los jefes que nos perseguían con una sustancia desconocida pringosa dispuestos a mojarnos si no cumplíamos los objetivos.