Después de un verano, que a muchas se nos ha quedado corto, llegó por fin la primera misión del curso, perfecta para reponer fuerzas y empezar con energía e ilusión el nuevo año académico. Por no hablar de la cantidad de nuevas misioneras que año tras año se van incorporando a nuestra pequeña gran familia misionera.
Desde el minuto cero el Señor ya estaba poniéndonos a prueba con un madrugón de esos que luego se recuerdan durante toda la semana, acompañado de un frío interesante. Sin embargo, al llegar al colegio nos vimos inmediatamente recompensadas en el envío.
Porque, ¿qué mejor manera hay de prepararse para la misión que vaciándose uno mismo y llenándose de Cristo? Así que, dispuestas a darlo todo, nos pusimos rumbo a Segovia, donde se encuentran las residencias y los centros de discapacitados en los que pasaríamos la mañana los distintos equipos.
Una vez ahí, hicimos las actividades preparadas para la ocasión, hablamos con esas personas y nos dimos cuenta de la sabiduría que esconden esos hombres y mujeres que han vivido tanto, que saben más que nadie sobre la vida.
Tras una increíble mañana, dio comienzo la segunda parte de la misión, que se centra más en la convivencia entre nosotras. De esta manera, después de disfrutar de una divertidísima comida en el Alcázar de Segovia, tuvimos la reunión por equipos. Por un lado, la presentación de Misiones a las recién llegadas y por el otro, el grupo de segundo de bachillerato, que, al ya conocer el apostolado, tuvieron una reunión centrada en un tema diferente, los emblemas.Después asistimos a Misa en Segovia, un tanto peculiar, todo sea dicho, pero que nos encantó. Por último, para cerrar la misión, tuvimos una puesta en común de lo que más nos había llamado la atención durante el día y quedamos muy impresionadas por la gran cantidad de nuevas misioneras que se animaron a compartir sus experiencias con las demás.
A pesar del cansancio que teníamos al llegar a Madrid, éramos felices porque nos habíamos dado hasta gastarnos con y por Él.
EN TODO AMAR Y SERVIR.